Hace unos años el domingo olía a tallarines con salsa casera y albóndigas, a humedad de la casa de mis queridos abuelos y a la madera de mi caja de cincuenta lapices Faber Castell con los que dibujaba para toda mi familia.
Hoy en día hay domingos con olor a spray y gel para el pelo. A eso siempre le llame "olor a nervio" en el ambiente de un torneo tan lleno de presiones inútiles que no cambian en absoluto el curso de mi vida.
También hay domingos, aunque sean los menos, con olor a resaca y lluvia, sin parque, sin libertad y sin arte. Con pilas de tareas y estudios acumulados que me resultan inservibles en este momento y para el resto de mi vida.
Cuando el clima nos regala la lluvia y el mal tiempo, pongo mi mala cara. Me convierto en una especie de monstruo nostalgico y reflexivo. Lo mas triste es que muchas de esas reflexiones y conclusiones con olor a tierra mojada no se prestan para la practica y solo traen mas frustración.
Porque no hay nada peor en la vida que tener la solución a un problema y no saber como aplicarla.
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